Hubo un tiempo en el que a la chica fea del pueblo nadie la sacaba a bailar. Pero un día tomó cartas en el asunto y cuando la joven se arregló un pelín y se subió un palmo la falda, los que antes eran machos indiferentes se convirtieron rápidamente en férvidos pretendientes. Pasó de ser un cero a la izquierda a mejorar su consideración. A la Cenicienta le sucedió lo mismo, fue calzarse el zapato de cristal y, nunca mejor dicho, cambiar el cuento.
Aquella chica bien podría haberse llamado Garnacha porque ésta vivió algo similar. Hasta hace unas décadas, tres para ser más exactos, fue considerada de segunda división. Era una variedad telonera que únicamente estaba relegada a graneles. Pero las cosas han cambiado y por fin se le hace justicia a una casta que nunca debía haber estado en el escalón que estuvo, sino en el que está.
La verdad es que la cosa pintaba mal para esta cepa que, por cierto, tiene una sinonimia, Tinto Aragonés, que, cuando menos, sugiere –y lo deja bien clarito- cuál es su procedencia. Una de las paradojas de esta pobre maltratada se centra casualmente en su origen. Cuando la Garnacha estaba totalmente denostada mucha gente de otros territorios la relacionaba con Aragón. Sin embargo, ahora que es la top model nacional, los que no querían saber nada de ella empiezan a decir que si fíjese usted, que si aquí ha estado desde siempre. Y eso mosquea sobre todo a las gentes de Aragón que la han defendido a capa y espada sacando pecho cuando nadie daba un duro por ella.
La Garnacha es tan de aquí como que hay zonas, Campo de Borja sin ir más lejos, que la conocen mejor que nadie. Y a base de conocimiento y querer han creado una marca imperial. Por fortuna para Aragón el de Campo de Borja no es un ejemplo aislado porque las viejas y sabias de Calatayud aportan lo suyo. Lo mismo le ocurre a Cariñena y en menor medida, por aquello de tener menos hectáreas, a Somontano. Aragón, incluyendo por supuesto sus vinos de la tierra, funciona con y por la Garnacha. No es el único as que se guarda bajo la manga pero, sin duda, algunos de los vinos más laureados de esta comunidad se construyen con esta tinta.
Otra cosa, sin rivalizar en su patria chica, es que se adapte a otros vecindarios, que lo ha hecho porque para eso es lista como ella sola. Da igual que sea en Rioja, con más de seismil hectáreas, o en Australia, donde después de la Shiraz es la más abundante. Y ni que decir tiene que esta variedad es vital para zonas tan acreditadas como Chateauneuf-du-Pape en Francia o como que fue la base sobre la que eclosionó Priorato.
Aún así nuestras zonas siguen a lo suyo, haciéndolo cada vez mejor y remarcando esa admiración que siempre se le ha procesado. Se soportaron modas como la cabernitis y la merlotitis. Aquí, erre que erre, se mantenían firmes con ella. Hoy Aragón lleva la bandera de la Garnacha vaya donde vaya, venda donde venda.
Los tintes peyorativos se transformaron en piropos; un panorama desolador dio un giro enorme; las toscas elaboraciones se afinaron; el desprecio se tornó en admiración. Y Aragón aportó su remolque de arena –un granito se quedaría corto-.
Da igual que hables con enólogos de otras zonas, con investigadores, con informadores, con importadores. Todos coinciden en lo mismo: la Garnacha es grande entre las grandes y su campo base se localiza no lejos de nuestra comunidad.
En la renombrada cata que Robert Parker hizo en noviembre en Wine Future Rioja 2009 salieron a escena veinte Garnachas de todo el mundo, las que había elegido el crítico de Baltimore. De aquella veintena cinco eran de España y de aquellas cinco, una de Montsant, otra de Priorato y tres, repito tres, de Aragón. Con este dato sobra.
En una reciente charla entre enólogos y periodistas, entre cata y cata, surgió una pregunta en un corrillo de mesa. ¿Era antes tan mala la Garnacha o es tan buena ahora?. La respuesta fue rotunda: ni tanto, ni tampoco. La uva siempre ha sido excepcional, las tendencias pasajeras cuando la Tempranillo era Miss España relegaron a la Garnacha a los corrales. Luego vinieron las francesas y el consumidor todavía echó más leña. Pero la variedad seguía siendo la misma. Cuando las elaboraciones, las de antes, destinaban a la Granacha a graneles y producciones desorbitadas su calidad nunca salió a escena. Pero hace ya un tiempo que nadie cuestiona su juventud y su longevidad. En ambos campos se comporta de maravilla. Piensen en muchas marcas de las que ustedes conocen y le darán la razón a la propia cepa.
Hablar y profundizar más sobre ella daría para rato. Aunque se puede resumir con un rotundo ¡la Garnacha es la hostia!. Entiendo que algún purista -aunque hostia está en el DRAE- se sorprenda con semejante palabrejo pero a los que le procesamos amor puro no nos canta ni gota. La Garnacha es así.