Suelen esperar a sus presas tras una barra, como si fueran depredadores que aguardan agazapados junto a un arbusto para dar el salto en el momento oportuno. No se les reconoce por su aspecto porque esta especie es de lo más variopinta y son capaces de adoptar formas camaleónicas. Sus hábitos son imprevisibles porque nunca sabes cuándo están al acecho.
Son camarerillos chungos, mediocres, de esos que no benefician en absoluto a una profesión tan noble y vital para el vino como es la hostelería. Hay especimenes dominantes -deben ser los mandamás de la manada- porque un gesto suyo basta como para querer salir pitando cual gacela o, en el peor de los casos, convertirte en furtivo, escopeta en mano.
Recientemente me he topado con dos. El primero de ellos quiso echarme la zarpa pero pude escabullirme. Y todo por preguntarle qué blancos servía por copas. Me respondió, en un idioma parecido al nuestro, que “Verdejo y Chardonnay”. Cuando le dije que de dónde era el Chardonnay me replicó, con muy mal genio: “de dónde va a ser, ¡¡del Somontano!!”. Vale tío, y las anchoas ¿de dónde son?, ¿del mar?. Vete a la mierda. Me hice el muerto como una zarigüeya y me fui antes de que contraatacara.
El segundo ejemplar, una hembra, fue más allá. Tras pedir varios platillos en un garito de mesa y mantel le solicité una conocidísima Garnacha aragonesa. Y con un desprecio apabullante me dijo que había escogido fatal, que ese vino “no estaba a la altura de la degustación”. Tuve que contenerme para no convertirme en el increíble Hulk, porque ya había empezado a mutar a verde. La madre que la trajo al mundo, ¿cómo que ese vino no está a la altura?… ¿está tu cocina a la altura de la referencia que te he pedido, cha-ta?. De nuevo, aunque en esta ocasión no pude disimular el cabreo, hicimos un pacto entre especies: ella balbuceó no sé el qué y servidor, el ser humano, le dijo que no volvería a pedir ese vino en ese restaurante. Vamos, ni ese vino, ni nada que estuviese encerrado en aquella jaula.
Cuidado con los depredadores que nos están esperando.
P.D.- un arma de contraataque para vacilar a esta especie es llamar a grito pelao y pedir “una de queso”. Se suben por las paredes..