De brindis y deseos…

Brindis

Dadas las fechas en las que nos estamos metiendo–véanse maratones gastronómicos en forma de cenas de empresa, Nochebuena, comida de Navidad, fin de año, Reyes, etcétera- una de las palabras que más utilizaremos durante estos días será brindis. La nombraremos hasta la saciedad y, encima, no nos cansaremos de ella. Claro, como siempre conlleva fiesta y ambientillo… ¡¡¡qué majos!!!.

Según el Diccionario de la Lengua Española esta palabra procede del alemán bring dir´s -yo te lo ofrezco- y es la «acción de brindar con vino o licor». Tócate los huevos. ¿Y qué pasa con el resto de bebidas?.

He ido buscando la susodicha en la web de la RAE y me he sorprendido mucho, muchísimo. Porque resulta que la segunda acepción también hace alusión a las palabras que se dicen al brindar. O sea, que puedes plantear un alzamiento y choque de copas maldiciendo a tu peor enemigo y un académico presente tendrá que verificar la autenticidad del uso de la palabra. “Brindo por el mayor hijo de la gran puta que he conocido”… ¡¡correcto!!. Nadie maltrata al diccionario.

Deseos

Da igual que estemos a punto de darle carpetazo al 2013 o que hayamos puesto el punto de mira en el próximo año. Tras el espejismo navideño cada cual volverá a pensar en lo de siempre .

Los agricultores seguirán mirando al cielo pidiendo una climatología favorable para que el año les sea lo más propicio posible; los enólogos y directores técnicos continuarán inmersos en todos los procesos que el vino les demanda y, además, se involucrarán en esas otras facetas que cada vez les son más cercanas –promoción y difusión directa de sus marcas, relación estrecha con otros departamentos, más viajes de la cuenta…-; la gerencia, entre otros menesteres, se devanará los sesos por afinar la interminable lista de gastos que genera su negocio; el equipo comercial intentará que los fieles no les pongan los cuernos y lanzarán tropecientos anzuelos para que la levantá sea más copiosa; los marketinianos buscarán desesperadamente a esa musa que les traiga la idea brillante con la que desmarcarse del resto; los tenderos seguirán recibiendo comerciales cada 20 minutos y serán todo lo selectivos que su negocio les permita. Y, entre tanto, moverán sus hilos para que la alegría de los anaqueles no decaiga; los sumilleres y otros agentes de la restauración mimarán todo tipo de detalles para que el vino tenga una prestancia notable en la mesa; la prensa especializada mantendrá informado al personal mientras busca nuevas fórmulas de difusión… todas las partes involucradas en este mundo incidirán en sacarle rendimiento a su tiempo, esfuerzo y trabajo.

¿Y el consumidor de a pie?, ¿qué pasará con él?. Pues que, probablemente, se mantendrá al margen de todos estos movimientos. Seguirá con sus consumos habituales porque es poco probable que los incremente la noche a la mañana. Al menos -servidor se incluye- esperemos que le coja gustillo a los brindis de estas fechas y que despierten en él un ferviente interés por el vino.

Feliz Navidad y mejor 2014!!!

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A mayor producción, menor calidad

Pues no, no lo comparto. No estoy de acuerdo con esa afirmación. Es una vieja cantinela que he comentado con varios grupetes, más o menos profanos, y sigo en mis trece. Si alguien me da argumentos serios, sólidos y contrastados cambiaré de postura pero, hasta entonces, quieto parao. No siempre es cierto que cuanto más volumen tenga un negocio –vitivinícola en este caso- menos calidad asocie. Ni de coña.

¿Saben ustedes qué volumen maneja, por ejemplo, la intocable Vega Sicilia?. Ojo que estamos hablando de toda una leyenda, de una celebridad dentro del vino en España. Pues entre 275.000 y 290.000 botellas al año. ¿Creían que hablábamos de tiradas mucho más cortas?. Pues no. El respeto que se le tiene a esa marca no tiene nada que ver con el número de botellas que salen cada año por la puerta grande de Valbuena de Duero.

Pero es que la cosa no acaba aquí. Seguro que quienes defienden la relación cantidad/calidad también elogian y reverencian la etiqueta naranja más insigne de toda la champaña francesa. Lo que no sé si saben es que Veuve Clicquot despacha unos 10.000.000 de botellas al año -lo pongo con números que impacta más-. Alucina!!!.

En nuestra tierra contamos con ejemplos que, por supuesto, todos conocen. Tal vez el más destacado es el de Enate, una de las referencias aragonesas a la que también le sobran presentaciones. Embotella 2.500.000 botellas y de entre esta cantidad su vino de mayor tirada –que no el que más distingue a la bodega de Salas Bajas, todo sea dicho de paso- es el Merlot-Cabernet. Sepan que se firman 800.000 botellas de dicha referencia. ¿Y qué pasa con el vino?, pues que es mucho más que un mero cumplidor.

La escasez de una referencia no tiene por qué llevar asociada una imagen de vinazo inigualable. Como tampoco debe llevarlo una bodega -o cooperativa- que elabore más botellas que nadie. Cantidad es algo que cualquiera puede hacer pero calidad no. Así que mentira cochina el titular de este post.

¡¡¡Sueño cumplido!!!

Llevaba tiempo con la mosca detrás de la oreja, algo más de dos años para ser exactos.

El día que empecé a correr, mientras me arrastraba por el Parque Grande de Zaragotam, me pregunté si algún día sería capaz de trotar durante 60 minutos seguidos. Pasaron los meses y, cuando pude hacerlo –jodo si me costó-, surgió otra interrogante: “oye Navas, ¿y terminar un maratón?”. Vaya preguntica. Fue una especie de arrebato, una inconsciencia de esas que conforme avanza el calendario va tomando forma y se convierte en firme propósito.

El pasado 24 de noviembre fue mi primera vez y si he tardado tanto en colgar este post ha sido porque hasta ahora mismo no he bajado de la nube. ¡¡¡42kms, ya está!!!… ¡¡¡objetivo cumplido!!!.

Resulta complicado transcribir los momentos previos -porque fue algo más que una carrera- pero allá que van.

Fui a Donosti con mi hermano, con mis padres y con muchísimas sensaciones que viajaban en el maletero del coche. El trayecto muy entretenido, para variar. Café en un área de servicio, mira que te mira al cielo porque las nubes daban muy mal rollo, dónde cojones está el Hesperia… llegamos sin problema y, directamente, a por el dorsal.

Una vez en el hotel tocaba preparar el equipo y, sobre todo, hacerse a la idea de los 42.195 metros que esperaban el domingo. Por suerte, según nos dijeron en recepción, las previsiones climatológicas iban a cambiar y las lluvias anunciadas no iban a hacer acto de presencia. Lo mismo que el viento.

Como siempre, la noche anterior estuvo salpicada de risas, con el brodel templando los nervios y transmitiendo calma, con una cena en la que ni faltó birra&vino, ni ver a otros corredores que estaban en las mesas de al lado y que habían ido a Donosti a hacer lo mismo –a los animalicos se les reconoce a la legua-. Esa noche, contra todo pronóstico, dormí bien, muy bien.

El domingo, día D, pronto a Anoeta, madruganding. Café, acojono, pis del miedo, caras serias, fresquiviri, bolsas a consigna, miedico… lo de siempre pero multiplicado por 42, que por algo era una carrera atípica.

Nueve de la mañana, AC/DC sonando a todo trapo en la línea de salida y tira maño que ese ruido que has escuchado es el pistoletazo. Ratas a la carrera: los del maratón, la media, los del 10k… mogollón de gente que empieza a tomarle el pulso a los primeros metros.

Nuestro ritmo de salida 5´10´´. Algo rápido para servidor teniendo en cuenta que faltaba un huevo para terminar. De hecho, no habíamos hecho más que empezar.

Mis previsiones eran acabar y, si era posible, bajar de cuatro horas. Pero mi hermano, que me conoce mejor que nadie, quería rascar 3h40min. Me decía “¿vas cómodo?”, “¿sin forzar?”. “Si, si brodel, tranqui pero no sé si aguanto a este ritmo”. Siguió “aunque te parezca extraño, se nos va a hacer muy corto”. Tenía razón, pasamos la media en 1h47min y era cierto. En un visto y no visto habíamos cubierto la mitad del recorrido aunque claro, el muro ese estaba cada vez más cerca.

No sé qué sucedió pero en el km 30, cuando estaba a punto de presentarse el tío ese del mazo, mi hermano le debió intimidar diciéndole “ni se te ocurra aparecer porque te sacudo una hostia que te doblo”. Resultado, ni rastro del capullo ese. No tuvo valor de asomar la cabeza porque sabía que mi hermano iba en serio.

Dos semanas antes de la carrera, como secuelas que coleaban del bendito Trail de Guara, había estado en el fisio y en el masajista porque me molestaba la rodilla izquierda. Y sería en el kilómetro 33 o 34 de la maratón cuando empecé a notar pinchazos. Lo hablo con Jorge y me dice que él va tocado de un pie, que lo está pasando mal. Luego, horas más tarde, en el hotel, me dice que de dolores nada, que era mentira, que fue de puta madre durante todo el recorrido. Sin darme cuenta me había dado una lección de psicología deportiva aplastante –y muy efectiva-. Hizo que mi cabeza pensase en cómo estaba él y de inmediato desaparecieron los dolores de mi pierna. Conclusión: todo está en la cabeza. Todo.

En el km 37 me noté flojo, muy flojo, pero seguíamos a 5´10´´. Por lo tanto había que tirar como fuera porque estábamos encarando el regreso a Anoeta –habíamos pasado ya en el km 6 y en el km 24-. No faltaba nada. Estábamos a pocos kilómetros de lograr algo que había comenzado hacía mucho tiempo.

Cuando estábamos por La Concha el público animaba un montón. Veíamos a gente que estaba caminando o estirando porque el cuerpo les había dado algún latigazo, familiares que esperaban a los suyos, griterío, ambiente, mucho barullo en definitiva. Nosotros seguíamos corriendo, viniéndonos arriba por momentos aunque el brodel me paraba los pies. “Tato, floja un poco que todavía queda carrera”. Qué razón llevaba… como siempre.

En el momento que ves el estadio te das cuenta de que puede hacerse, que no debes guardar nada y que las piernas no son las que corren. Ni la cabeza. El corazón, el coraje, la ilusión, la memoria y el orgullo son los que menean la máquina en esos momentos. Y, por supuesto, la sombra de mi hermano que seguía a diez centímetros de mí.

Por fin meta. Imaginad con lo blandico que es uno lo que sucedió en ese instante. Emoción desbordada, familia, sueño cumplido… una sensación indescriptible que ya está dentro de mis momentos imborrables.

A todo esto, capítulo importante de aquel 24 de noviembre, se presentaron sin avisar y escalonadamente mis primos. Son inmensamente generosos y, pancarta en mano, estuvieron apoyando durante todas y cada una de las zancadas que dimos. Cuando vas sin fuelle no sabes la motivación que da ver a alguien querido que, sacrificando su tiempo, ha decidido sumarse a la fiesta. Allí estaban Luis runner volador, su inseparable Silvi y mis gemelos Enrique y Miguel.

Ellos, mis padres, mis admirados Ina&Maru, un estadio, últimos metros, el tartán de Anoeta. De repente sobrevinieron imágenes de octubre de 2010, cuando daba los primeros pasos, y automáticamente comenzaron a surgir fotogramas que me recordaron a toda esa gente que me ha echado un cable. Lógicamente rompí a llorar.

Un maratón es la hostia. Es un propósito que, en ocasiones, se convierte en algo alcanzable. Es un punto de motivación, una consecuencia que confirma que la superación se puede lograr. Y lo digo yo que no empecé de cero sino de menos diez. Si he podido cualquiera puede hacerlo.

Eso sí, para conseguirlo, tienes que tener cerca de un espejo, a un apoyo que se llame Jorge Navascués. Ahora que ya ha pasado todo me doy cuenta que el principal motivo de haber empezado a correr ha sido él. Siempre que esté ahí iré cumpliendo los mal llamados objetivos. Prefiero interpretarlos y reconvertirlos, a partir de ahora, en sueños.