La esperada Carrera del Ebro volvió a reunir a tropecientosmil corredores y este año, como novedad, contó con un ilustre invitado que a última hora quiso presentarse con el único objetivo de ponérselo más difícil a los que en coincidimos puntuales el domingo 23 de marzo en las pistas del CAD. Fue el fucking cierzo, ese viejo conocido nuestro que, en ocasiones, tiene el don de complicarle la vida al personal y de qué manera.
Tanto los que íbamos a por la distancia “ultra” (30kms + 520mts de desnivel positivo acumulado), como los de la “popular” (14kms + 230mts) tuvimos que lidiar con él durante todo el trazado. Cómo sacudía el cabrón, sobre todo en las zonas más altas del recorrido. Sin duda fue el gran protagonista de una carrera que a primera hora había comenzado con muy buen pie.
Minutos antes de darse la salida, servidor coincidió con amigos y conocidos que hicieron que las charretas quitasen tiempo al calentamiento previo: Javier Subías y otros compis bravidos de Barbastro, el moncaíno Roberto González, Enrique Pérez –que ahora se ha reconvertido a juez de atletismo- Julio Trangoworld Lizaranzu –a quien vi a lo lejos-, Javier Forcén del Grupo Ciempiés y, sobre todo, José Fabana de Lupiñen, que hizo de guía corriendo con un colega invidente. El que firma este blog, ante gestos como el de José, se descubre porque de no ser por gente como él habría otros que no podrían compartir esta afición. Mr. Fabana… muy grande!!!.
A las 09:00 en punto sonó el pistoletazo y tira, a correr. Fui sin reloj y durante los primeros kilómetros tenía la sensación de ir demasiado fuerte. Lento, pesado, jodido… así hasta el 12. Esas sensaciones solamente las tuve hasta el avituallamiento del km15 porque a partir del ecuador de la carrera todavía fui más lento, más pesado y mucho más jodido. Qué penuria!!!. Sin acoplarme a ningún grupo, comiéndome yo solico las rachas de viento, sin fuelle…
La primera de las cuestas potentes, creo que coincidía con el barranco de Los Lecheros, la hice andando. Para qué estirar la agonía si una vez en el alto sabía que no recuperaría ni a la de tres. Chino chano, a la marchica y paso a paso.
Hubo sin embargo un momento de optimismo porque no me fijé en todos los puntos kilométricos y cuando esperaba el 18… zaska, paso por el 20. Sin darme cuenta estaba enfilando casi la recta final del trazado. Toma!!!.
Posteriormente nos cruzamos con los que estaban haciendo la distancia “corta” y, a partir de ahí, en romería subiendo -andando, cómo no-, bajando y llaneando. Los últimos 2.000 metros fueron menos agónicos de lo que pensaba porque todavía quedaba algo de kerst –como dice mi gran amigo Jesús Larumbe-. Tras 2h52min y con una sensación de asfixia que me recordó al maratón donostiarra entré en meta. Mi familia se presentó de sopetón para animar y, lógicamente, esa motivación inesperada hace que tenga más peso el “contento” que el “jodido”.
La única consecuencia negativa que ha traído esta carrera es la de no haber salido a correr siete días después. Y claro, estando tan cerca la Jorgeada como que acojona un poco. Por ahora no quiero pensar que a los 30 del Ebro hay que sumarle 45 más para unir la Plaza del Pilar de Zaragoza con la ermita de San Jorge de Huesca. Si lo hago y empiezo a sumar distancias me quedo en casa. Miedo es poco.
Mención aparte…
Merece el fotógrafo Alberto Casas, quien además de firmar un reportaje fino, fino, me ha permitido compartir algunas imágenes con vosotros. Podéis conocer su trabajo en la web http://www.albertocasas.com. Echadle un vistazo y veréis cómo se las gasta. Beluga, oigan.