Cosas del Vaticano

Cosas como que ocupa el puesto más alto de consumo de vino per cápita en toda Europa. El Vaticano es el país del viejo continente en el que más litros se beben cada año: nada más y nada menos que 73,78 litros –o lo que es lo mismo, 98 botellas de 75 centilitros-. Supera por goleada a los siguientes consumidores, que son Andorra (46,40 litros) y Francia (44,20). Ojito al dato.

Y digo yo, ¿de dónde sale este registro tan asombroso?. ¿En misa no se dan sorbitos pequeños mientras se oficia, que para eso es parte del ceremonial?. Debe ser que esa no es la causa, que la comunión no tiene nada que ver. Según parece, tal y como lo afirman los diarios The Guardian y La Stampa hay varias hipótesis que esclarecen semejantes consumos.

Una es el censo del Vaticano, donde viven más de 800 personas, todas adultas y, por lo tanto, con una estadística plena ya que no hay ni menores ni súper ancianos que desfiguran la media. Todos deben beber, digo yo.

Otro motivo es que existe una especie de duty free, un supermercado en el que se aplican impuestos mucho más bajos que en otros lugares de Italia. El comercio en sí se llama “Spaccio dell´Annona” y solamente pueden comprar los titulares de la tarjeta vaticana, es decir, residentes o trabajadores de la Santa Sede. Me imagino que no todas las botellas se consumirán dentro del Vaticano. Seguro que el familiar de turno le pide botellas con frecuencia a su tío el cura.

No está claro si será la suma de todas ellas –por separado es difícil- pero lo que sí es seguro es que el conjunto influye para registrar semejantes consumos. No sabemos con qué vino oficia el papa, ni cuántas botellas se despachan en el supermercado, ni la asiduidad con la que pimpla el personal. Lo que sí está contrastado es que Juan Pablo II bebía Viña Pedrosa, de la bodega Pérez Pascuas (D.O. Ribera del Duero). Al fin y al cabo no dejan de ser cosas que pasan –y pasaron- en el Vaticano.

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Jorgeada 2014

A las ocho de la mañana me desperté con una soporífera sensación de pereza y cansancio. Y no por haber pasado mala noche sino por saber que 24 horas más tarde seguiría en pie… o a rastras, que para el caso patatas.

Tras la amanecida me entraron unos nervios mucho más  intensos que los típicos que acompañan a las previas de otras carreras.  En esta ocasión era distinto porque, por primera vez en mi vida, iba a intentar algo que acojonaba de mala manera. 75kms, 75kms, 75kms…  erre que erre con esa distancia sin quitármela de la cabeza.

Nada más salir de casa, yendo al trabajo, pensé “¿por qué estás así alma cándida?, si te gusta correr aprovéchalo, déjate de rollos y haz lo posible por disfrutar, que luego ya vendrá el palizón”. Y así lo hice. Aparqué la angustia y me limité a hacer lo que trae cualquier día laborable: currar, echarle ganas y concentrarme en las tareas habituales. Como se suele decir, a lo que estamos escopeta.

Fue pasando el día y en esas me planté a las 23:30 en la Plaza del Pilar, donde ya estaban prácticamente los 40 inscritos a la prueba en su versión “corre Forest, corre”. Buen ambiente, caras conocidas, la gente de Os Andarines ultimando detalles y, hete aquí, la primera sorpresa de la noche: mis primos. Vinieron con la misma pancarta que trajeron al maratón de Donosti y con los ánimos y consejos de siempre. ¡¡¡Chicos, sois increíblemente inmensos!!!.

Foto de familia poco antes de la salida

A las 00:00, tal y como estaba previsto, el señor Gallego dio la salida y… ¿dónde van estos locos?… ¿será posible la velocidad que llevan?. No quería descolgarme a la primera de cambio y me metí en el pelotón para no perder  ritmo. Los primeros metros fueron muy amenos, por el nervio de haber empezado, por las vaciladas de Antonio -de los Corredores del Ebro-, por la gente que, incrédula, alucinaba sabiendo que íbamos hacia Huesca… eso sí, para mi modesto nivel de popurruner aficionado, íbamos demasiado rápido. En torno a 5´30´´ el mil.

Salimos de Zaragoza, pasamos San Juan de Mozarrifar y llegamos a Villanueva de Gállego. Allí breve parada a pie de carretera para evacuar y me descolgué del grupo. No problem porque enseguida fui pillando a los últimos senderistas (que habían iniciado su andadura a las 22.00h) y las opciones de despistarme y tomar el camino erróneo se minimizaron.

A las 03:00 entré en Zuera acompañado de alguien -por aquel entonces compañero anónimo- que más tarde se convertiría en pieza fundamental de esta experiencia. Avituallamiento a base de plátanos, naranjas, agua y ambulancia. Fui a ver si tenían reflex o algo similar pero lo que recibí fueron unas friegas con alcohol en las rodillas. Empezaban a molestar y quería que algún ducho les echase un vistazo. Conclusión: dudas disipadas porque no llevaba ninguna contractura pero salí de la furgoneta con una peste a ginebra que me recordó que lo mío, a esas horas de la madrugada, no era precisamente correr.

Salí del pueblo con el nuevo compi –y los efluvios de alcohol- y tras dejar atrás Zuera se unió otro corredor que había parado a estirar.
Sin comerlo ni beberlo -benditas estas pruebas por ello- creamos un grupete que no se deshizo hasta la meta. Esto es uno de los añadidos
que tienen las carreras tan largas, que haces piña y coincides con gente excepcional.

Primeras luces del día tras haber salido de Almudévar

Transcurrían las horas, pasaban los kilómetros, manteníamos charlas cada vez más distendidas y empezábamos a aplicar el método “CACO”, caminar y correr. Barritas, geles, más avituallamientos, rectas interminables, pegados a la autovía, más kilómetros, andarines que llevaban su marcha, y, tatachan, Almudévar a la vista… aunque bastante lejos.

Mis compañeros de viaje me advirtieron de la dureza de ese tramo. Eran reincidentes en la Jorgeada y conocían bien el terreno. “Aunque veas el pueblo ahí mismo parece que lo arrastran porque no se llega nunca”. Qué razón llevaban. Di que, al menos, empezaba a amanecer y eso motiva mucho. Tanto como ver a Juan y a Basilio, de la sección de montaña de ONCE Aragón, con los que grabé un programa en el Moncayo, o al señor Fabana que, nuevamente, hacía de guía con el también invidente Javier Fran. Qué tíos… menudo ritmo llevaban. Tremenda alegría al verlos, a todos, sin excepción.

El reloj marcaba las 07:45 y ya estábamos en Almudévar. Yo particularmente me encontraba algo tocado pero tenía la confianza suficiente de saber que entraría en Huesca. A todo esto, mientras andábamos, había que informar a la familia a través del chat y los ánimos que acompañaban cada WhatsApp me impulsaban a seguir, a no reblar. Mi hijo Pablo, el mayor de los pequeños, me dijo la noche anterior que no parase, que llegase hasta el final. Y su frase retumbaba acompañada de alguna discreta lagrimilla.

Con Javier y Daniel, dos tipos inmensamente generosos que me ayudaron hasta el final

El último tercio de la carrera es el más trailero pero también el más complicado porque llevas una paliza elegante en el cuerpo. Pocos
trotes hicimos y muchos tramos caminando. A medio camino suena el teléfono… era Lucas, más conocido por su nick Calvo con Barba. No esperaba la llamada y, nuevamente, me regaló otro motivo para continuar avanzando… aunque fuera a duras penas. Cada kilómetro costaba un sacrificio y se avanzaba muy despacio. Pero “Chino- Chano” fuimos aproximándonos a la capital altoaragonesa. Estaba cerca pero, hostias, no llegábamos nunca.

Entramos en Huesca y en la ermita de San Jorge había un desbarajuste tremendo; que si la corporación del ayuntamiento, gente a tutiplén, la llegada de otra carrera… total que directamente fuimos al pabellón donde estaba la meta. Allí mi familia y los friends Víctor&Noe que habían venido de propio. Imaginad la estampa. Toda la emoción contenida durante 11h02min se desató en ese instante. Alegría, lloros, felicitaciones, mensajes sin cesar… uno de esos momentos por los que merece la pena hacer una sacudida de estas.

¿Dónde se ha visto terminar una carrera y no celebrarlo con cigarrillo&cerveza?

La Jorgeada fue una auténtica experiencia. Por el mero hecho de terminarla; por ver a mi familia en la línea de meta; por iniciarme en calcetinadas tan largas como ésta; por conocer a Daniel Pérez y a Javier Sánchez, compañeros sin los que ni de coña hubiese llegado al kilómetro 75 –mi admiración y gratitud a ambos porque fueron el gran descubrimiento de la prueba… dos tipos de 10-; por compartir algún kilómetro con José Fabara y los ciegos, que le echan una rasmia apabullante a la vida; por saludar a gente nueva de Andandaeh y Corredores del Ebro con los que pronto volveré a coincidir; por el eco que hicieron mis amigos de Aragón en Abierto en el programa de la tarde; por la permanente presencia de mi hermano; por haber cumplido algo que hace tiempo era impensable; por recibir trillones de ánimos de muchísima gente… Por todo ello, mi bautismo en la Jorgeada mereció la pena.

No importan los ritmos, ni el tiempo invertido, ni los bajones anímicos o los momentos de euforia. Este tipo de carreras, desde mi humilde punto de vista, simplemente se intentan. Mi condición, más trotona que pretenciosa, no aspira a mucho. Simplemente me gusta correr.

 

 

El primer Verdejo de Aragón se elabora en el Campo de Borja

El abogado y tratadista austriaco Peter Drucker dijo en una ocasión que “la prueba de una innovación no es su novedad, ni su contenido científico, ni el ingenio de la idea… es su éxito en el mercado”.

En la viña del señor, por aquello de ser inmensa, encontramos referencias que permanecen por los siglos de los siglos mientras que otras, por diversos motivos, se quedan en mitad del camino.

Las gentes del vino conocen bien estos éxitos y fracasos mercadológicos porque ha habido casos que empezaron con buen pie y siguen coleando, pero también otros que no fueron capaces de sobrevivir al paso del tiempo. Proyectos fallidos, ejemplos triunfantes, marcas que resisten contra viento y marea, otras que colean sin pena ni gloria… hay de todo.

Todavía se recuerdan en estas tierras, por ejemplo, algunas primicias que ya constataron el viejo dicho ese que afirma que quien pega primero pega dos veces. En 2003 fuimos testigos del nacimiento de la primera Garnacha del Somontano – Secastilla 2001-. Hasta la fecha no se asociaba esta variedad con la denominación oscense pero con aquella muestra cambió el cuento. Lo mismo ocurrió con el Venta d´Aubert Viognier, una exquisita rareza que vino de Teruel -donde sigue- y que compartió protagonismo, años más tarde, con el mismo monovarietal que, en este caso, venía de Ayerbe y se llamó, como ahora, Blancoluz.

Además del diferencial que le aporta la composición varietal, también hay argumentos de pegada como ser el primer ecológico, el único Vino de Pago de Aragón, el que utilizó la rosca como sistema de cerramiento antes que nadie… encontramos muchos casos que tienen ese “algo más” añadido.

Sin embargo la primicia más reciente que aterriza en Aragón tiene que ver con la uva que toma como referencia. Y es que Bodegas Santo Cristo de Ainzón acaba de lanzar al mercado el primer monovarietal de Verdejo elaborado en Aragón.

Según el enólogo de la bodega, Roberto Pérez, “buscamos encontrar un nuevo hueco de mercado, con un proyecto divertido, arriesgado y valiente que nos ayude a seguir creciendo como marca”. Afirma que, ante todo, “es un reto muy ilusionante, ya que debido a la demanda del consumo de vinos blancos, ya sea por consumidores habituales o los que se inician a la cata, decidimos plantar nuevas variedades en suelos y parajes frescos, bien situados. Al elaborarlas por separado nos gustó el carácter que le daban a los vinos”.

Flor de Añón, vestido con un colorido elefante en su etiqueta, es el nombre de esta primicia. Como apunta Roberto, “es un proyecto juvenil, alegre y para disfrutarlo en compañía de amigos”. El concepto mola porque huye de los formalismos que tanto han influido en el mundo del vino –negativamente-.

Servidor ha podido probarlo y es un vinazo. Intenso, muy aromático, bien armado, graso, fresco y con una acidez que le aporta mucha vidilla. Aunque mi opinión es lo de menos. Lo realmente importante de este Verdejo borjano es precisamente eso, que está elaborado con una cepa muy de moda y que es el primero en Aragón.

Este tipo de vinos son perfectos para captar a jóvenes y a los no iniciados. Son fáciles de beber, muy agradables, con mucha fruta y con un envoltorio acorde con el público al que va dirigido. Ojala tenga buena aceptación y se comercialicen pronto las 13.000 botellas que han salido a la calle. La expectativa ya está generada y ahora deben desbloquearse los siguientes niveles: primero aceptación y después consolidación.

Al viejo dicho de “la primera botella la vende el diseñador y la segunda el enólogo” hay que introducirle un apéndice porque la novedad también es un fundamento comercial… aunque solamente sea para motivar la primera operación. El contenido y el continente deben estar equilibrados porque nadie quiere humo. En este caso, el Verdejo de Ainzón responde a las tres premisas: imagen, interior y primicia.

 

 

25 dudas sobre la Jorgeada

  1. La primera y más evidente… ¿para qué te apuntas, Manolete?
  2. La que se repite desde hace semanas… ¿podrás con tanta kilometrada?
  3. La que no se resuelve ni con fórmulas matemáticas… ¿has parado a pensar que son 75 kilómetros, alma cándida?
  4. La que genera otras dudas… ¿se portará bien esa rodilla dichosa?
  5. La que me la trae al pairo… ¿qué tiempo se prevé que haga?
  6. La que no me la traerá al pairo la noche D… ¿y este puto cierzo?, ¿de dónde ha salido?
  7. La que solventarán mis apoyos -brodel y Peter-… ¿qué alimento llevo?
  8. La que decidiré sobre la marcha… ¿le hinco el diente a los avituallamientos pantagruélicos?
  9. La que me resolvieron pero sigue ahí… ¿qué tipo de calzado elijo?
  10. La que determinarán también brodel y Peter… ¿voy andando a la línea de salida y eso ya cuenta como calentamiento?
  11. La que no me preocupa demasiado… ¿y si tengo que abandonar?
  12. La que me gustaría que se cumpliera… ¿meta?
  13. La que simula al Tetris… ¿cómo encajo todo en esa minúscula mochila?
  14. La técnica… ¿uno o dos frontales con pilas de repuesto?
  15. La psicológica… ¿cómo le diré a la cabeza que continúe cuando el cuerpo no pueda dar siquiera un siguiente paso?
  16. La del mismo día… ¿cómo ajusto las horas de sueño teniendo en cuenta que saldremos a las 00:00h?
  17. La de los días anteriores… ¿tengo que comer algo en especial para ir con el depósito lleno?
  18. La que solucionará el fisioterapeuta… ¿hay que amputar o con tresmil sesiones podré volver a caminar?
  19. La que me animará a no claudicar… ¿y la alegría que se llevará mi familia cuando les diga que he llegado?
  20. La que espero resuelva el gps… ¿y si aún así me pierdo?
  21. La que no sé si juega a mi favor… ¿serán suficientes los kilómetros que llevo acumulados?
  22. La que influye aunque parece insignificante… ¿qué música llevaré?
  23. La que parece insignificante aunque influye… ¿miraré el reloj para ver ritmos y distancias?, ¿o no le haré caso e iré a la marchica?
  24. La que no importa lo más mínimo… ¿cuánto tiempo estaré trotando/andando?
  25. La que disipará cualquiera de las anteriores… ¿para qué tener dudas?, ¿no se trata de disfrutar?. Pues eso. Hasta ahora tenía dudas pero ahora no sé.