Las grandes citas se hacen esperar y lógicamente terminan llegando. Además, en muchas ocasiones, cuando se presentan, parecen simular una pillada in fraganti que aparece justo en el momento en el que abres los ojos y dices «¿hoy?… ¿ya?… ¡¡¡pero si hace 30 días faltaba un mes!!!». Son caprichos del calendario y del afán por cumplir un compromiso que, en este caso, se adquiere con la inscripción a una prueba determinada.
Cuando mandas el formulario estás que te sales. Ganas de preparar la carrera, motivación por las nubes, desafío… todas esas movidas que nos se nos pasan por la cabeza y que llegan incluso a ensombrecer lo que realmente importa de esta adicción: correr por correr. A mi estas historietas me resbalan cada vez más… ¡¡¡que soy popular sin aspiraciones, copón!!!. Prefiero ir, disfrutar y quedarme con la sensación de haber hecho algo que, sobre todo, me gusta.
En principio, viendo la inminente llegada de la Long Trail -versión intermedia de la Ultra Trail Guara Somontano- era esa la intención. Pero las cosas no siempre se salen según lo previsto.

Alquezar, principio y final de la UTGS
Tenía muchas ganas de ir a Alquézar y cubrir los 50kms y los 2.400mts+ de desnivel. Al principio, en julio, empecé entrenando a conciencia, dándole fuerte, pero un mes más tarde la frecuencia y la calidad fue mermando. En septiembre por ejemplo corrí 60kms en todo el mes. Tendría que haber hecho esa distancia semanalmente pero que si quieres arroz Catalina. Y no me excuso ¿eh?, que de nada sirve el típico pretexto de «voy jodido, no he entrenado lo suficiente, ya verás». Era consciente de cómo llegaba a la línea de salida.
Estaba convencido de que el cuerpo no rularía y que por tanto debía ser la cabeza la que mandase en la maquinaria. Y así fue. Suena el pistoletazo, con una emoción altísima, y una hora más tarde, nada más pasar Asque, las piernas empiezan a dar guerra. ¡¡¡Me cagüen el esqueleto humano, qué pronto entran las molestias!!!.
No pasa nada chaval. Sigue, no pienses, corre y hazlo sin dosificarte. Es muy poco probable que termines así que si te rompes que sea lo más próximo a la meta. Claro, muy bien, lo que pasa es que restaban más de 40 kilómetros para ese instante.

Bajada rápida al puente de Villacantal
Por la cabeza un único pensamiento: continúa, no pares y si te ves mal te jodes y aguantas. Así fue durante toda la prueba. Lo que sí hice bien fue cumplir a rajatabla los consejos que me dieron -uno del que ya os he hablado alguna vez con el que comparto apellido- sobre alimentación e hidratación. Comer mucho y beber más. Se sufría, ya lo creo, pero los kilómetros seguían pasando.

El gran José Fabana. Segunda vez que coincido con él por estas tierras
A todo esto, salvo los 20´ que coincidí con José, el titán de Lupiñén, fui sólo durante todo el recorrido. Subida a Basacol, infierno hasta el Mesón de Sevil -ojito el bucle que tuvimos que hacer, con un soporífero y largo repecho-, la Viña, Radiquero y, por fin, Alquézar. A las dos horas corría bien poco en las bajadas y muy poco en los tramos llanos. Sin embargo, en las cuestas me venía arriba. Extendía los bastones, chutes de cafeína a saco y cadencia, cadencia.
Llega un momento en el que miras el reloj y ves que ha pasado el tiempo volando. «Hostias, llevo seis horas ya… si le meto candela igual bajo el tiempo que tenía en mente». He de decir que mis mejores previsiones oscilaban entre las ocho horas y media y las nueve.
En ese momento piensas «de perdidos al río, no bajes la marcha y a lo que estamos escopeta». Algo de música para airear el cansancio, miradas continuas al reloj para empezar a restar distancia e intentar mantener el ritmo, agua sin cesar, garrampazos en forma de geles -no sé qué demonios le meten a eso pero te espabila al instante- y mucha cabeza para olvidar lo mucho que dolía ya el cuerpo. Muchísimo. Había que hacer lo que fuese para no parar.
Las incesantes blasfemias denotaban la pésima situación del cuerpo. Pero cada vez estaba más cerca. Por un instante vi que era posible rascar las ocho horas. Y ya estaba en Radiquero. Solamente quedaba la última putada… llegar a meta.

Pensaba que ya estaba muerto…
Tras 07h51min entré en Alquézar, con unos dolores terribles, con la convicción de no haberme guardado nada, con una sensación interior que, de nuevo, hizo que rompiese a llorar -creo que perdí más sales por lágrimas que por sudor durante todo el recorrido-. Ese es uno de los puntos fuertes que tienen estas pruebas montañeras, que te sacan la emoción sin previo aviso.
En la línea de meta estaban los cuatro fenómenos que organizan esta prueba. Santi Santamaría, Kike Borrás, Javier Subías y Pau Jordan -todos con nombres y apellidos- me recibieron como si fueran parientes míos, como si fuese el único participante en la carrera. Me hicieron sentir bien. Como además este año no me había perdido no faltaron las risas.
También estaba mi cuñati que había hecho la versión trail -era su primera vez y lo hizo de maravilla- y otros amigos con los que fui coincidiendo mientras agonizaba -cervezas y pitillos mediante, of course-.
El resultado es que durante el recorrido no disfruté nada. Solamente sufrí. La principal conclusión es que todo, absolutamente todo, está en la cabeza. No hay imposibles sino serenidad y ganas de hacerlo bien. Para mí, por motivos que exceden a la propia carrera, la Long Trail de la UTGS ha sido la mejor experiencia runnera que he tenido jamás. Y no exagero.
Sobra decir que la organización es impecable, que los voluntarios parecen haber pasado un exigente casting porque son amabilísimos sin excepción, que el entorno es precioso y que el sacrificio merece la pena. Sin duda, hasta que empiece a fallarme la memoria, recordaré ese día como uno de los más duros, placenteros e intensos de mi vida.
Al año que viene volveré, seguro, pero igual como voluntario. Si tengo que subir el listón y hacer la ultra de 102kms necesitaría volver a nacer y prepararme a conciencia durante más de una vida. Puesto que eso está reservado solamente para los extraterrestres es difícil que a estas alturas cambie de planeta.

De vuelta a la vida