Cartas de vino

Uno de los elementos que denota la simpatía que un restaurante tiene hacia el vino es su carta. De ella se puede extraer muchísima información, como si fuese la huella definitiva para resolver un crimen.

Las hay de todo tipo: caóticas, bien organizadas, pasadas de información, escuetas a más no poder, agrupadas con mayor o menor acierto, escritas con deslices ortográficos, otras correctísimas, muchas sin sentido, verdaderos tochos con más grosor que Los Pilares de la Tierra… todo depende, repito de la presencia que tenga el vino en esa casa.

Dicen que la cocina de un restaurante puede medirse a través de su tortilla de patata. Pues con las cartas de vinos ocurre lo mismo. Lo que ves es lo que parece. Cero sorpresas para bien o para mal.

A mí me hacen gracia los nombres de variedades con faltas de ortografía, zonas inexistentes –en un garito zaragozano leí “Denominación de Origen Viñas del Vero”-, coladas en las divisiones que el propio establecimiento hace, poner una parrafada inservible junto a cada referencia, mantener añadas del año catapún, vinos que no corresponden a su ubicación geográfica… hay barbaridad de gazapos. Lo de no poner el precio de cada referencia, ves, no me hace tanta gracia. Cuando están en varios idiomas es para morirse. Todavía resuena aquella foto que pululó durante tiempo en redes sociales de una carta ridícula en la que “vino en botella” se traducía al inglés como “he/she came in bottle”.

Menos mal que hay recursos para todo. En este enlace (http://www.maitresdearagon.com/es/attachments1/1143_CONFECCION%20DE%20LA%20CARTA%20DE%20%20VINOS.pdf), mi amigo Carlos Orgaz marca unas pautas para hacer una carta de vinos como dios manda. O al menos como el vino merece.

Mola mil encontrar una carta que hable de estilos, de variedades, de zonas menos conocidas, de vinos del mes en promoción… eso sí está bien. Y no hace falta tener no sé cuantas mil referencias o cuatro contadas. Si el apego y la devoción por el vino es la correcta, seguro que pocos errores habrá. Por el contrario, si a un hostelero el vino se la trae al pairo, seguro que la cata de vinos estará a la altura.

De todo tiene que haber en la viña del señor.

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Otras formas de consumir

2Seguimos encorsetados. Tropezamos en la misma piedra. Vendemos el mismo mensaje. Cometemos idénticos errores. Queremos salir pero no asomamos cabeza. En definitiva, estamos como estábamos, con poca mejoría.

Me vais a permitir que deje a un lado el habitual tono optimista de este blog ya que el eje central de este post me parece más que jugoso. Hablamos de las otras formas de consumir vino y es momento de mirarnos el ombligo y recapacitar sobre un asunto que, dicho sea de paso, pocas veces ve la luz en medios especializados.

Recuerdo un artículo de José Luis Solanilla (http://blogs.heraldo.es/entrecopas/2012/08/03/como-hacer-un-buen-tinto-de-verano/) en el que rompía una lanza a favor del tinto de verano. Estábamos acostumbrados a sus crónicas y críticas semanales de vinazos, tendencias y novedades, y, de repente, se centra en algo tan campechano -y placentero- como es un combinado de tinto con gaseosa. Olé aquel gesto que desmitificaba la imagen vulgarizada y ramplona que tiene esta bebida. Bebida que no es la única malparada porque a la sangría le sucede lo mismo.

¿Por qué arrinconamos a estas «otras formas» de consumir vino?. ¿Por qué las relegamos a un miserable segundo plano?. ¡¡¡Si es que, encima, nos gustan!!!. Son cosas que no entiendo. De hecho, en una revista en la que colaboro hablaba de lo mismo. Preguntaba por qué solamente bebemos tinto de verano y sangría en verano cuando nada ni nadie marcan su estacionalidad.

Para buena parte del sector vitivinícola, las «otras formas» son rústicas, bastas y casi insultantes. Recuerdo una charla relacionada con el Lambrusco en la que gentes de la cuerda se referían a él como ultraje. ¿Hola?… ¿y eso?. Nos empeñamos en vender una cultura que no existe y en un conocimiento que dista mucho de lo que querríamos cuando en realidad no nos quitamos unas gafas de pana que impiden que veamos las necesidades del mercado.

He visto a sumilleres aragoneses beber -y disfrutar- un espumoso rosé en porrón. Y no ha pasado nada. O a grandes enólogos de esta tierra poniéndole una canuta a un vino corriente. Y el mundo seguía girando. O yo mismo, que cuando voy de menú del día, le tengo poco miedo a la gaseosa vertida en una copa de tinto corriente. ¿Pasa algo?. Pues no. No es la forma sino el fondo. Ahí es donde está el chiste.

Mientras muchos agentes del sector se empeñan en enturbiar la conexión entre vino y gente de a pie -oseasé futuro consumidor- los índices de consumo bajan a una velocidad vertiginosa, lo cual nos debería hacer reflexionar. Si a un fulano le apetece tomarse un Alión con gaseosa el sumiller de turno tiene que aplicar la tarifa pertinente y no rechistar: no sé cuánto del vino y dos eurillos de la efervescente.

Yo me pregunto cuál es el tipo de vino que más reclama la gente en tiendas especializadas. O cuáles son los motivos que le impulsan a alguien hacer un curso de iniciación. Quizá si aplicásemos un poco más de empatía tendríamos la clave de cuáles son los gustos del personal. Y, por lo tanto, si conocemos la enfermedad tal vez podamos aplicar el remedio.

El vino mola por sí solo. No le hacen falta escenarios fastuosos ni verborreas excesivas. Aquí es donde me repito hasta la saciedad: el vino es igual a placer… punto.

No le hagamos ascos a un porrón, ni a una sangría, a un tinto con gaseosa o a un vino de aguja de primer precio. Será más fácil captar adeptos con una informalidad que brilla por su ausencia porque los vinos de estructura apabullante solamente encandilan a una minúscula parte del espectro bebedor. Hagamos lo posible por acercarlo al neófito y seguro que saldremos mejor parados. Las muestras del vino en la calle, actividades novedosas y desenfadadas, encuentros informales, el brindar por charlar o viceversa… todo media en esta pugna por sacar a flote algo tan arraigado a nuestra cultura como es el vino.

Como micro encuesta improvisada… ¿quiénes de los que estáis leyendo esto comisteis ayer con vino?. Ahahaaa… pocos, muy pocos. Será por las trabas que le ha impuesto el propio sector, por lo que intimida un vino en un restaurante fino, porque no quieres delatar tu falta de conocimiento, porque te da miedo opinar… por lo que sea. El caso es que no bebemos miaja.

Da igual el estilo, la procedencia o la composición. Deben primar los gustos personales y, por supuesto, respetar los de cada cual. Serán excéntricos o disparatados, conservadores o atrevidos. Eso no importa. Como decía antes no es la forma sino el fondo. Primero bebamos y luego ya afinaremos. A lo mejor en esas «otras formas» de consumir está una de las claves para reactivar este sector.

Long (pero long) Trail de la UTGS

Las grandes citas se hacen esperar y lógicamente terminan llegando. Además, en muchas ocasiones, cuando se presentan, parecen simular una pillada in fraganti que aparece justo en el momento en el que abres los ojos y dices «¿hoy?… ¿ya?… ¡¡¡pero si hace 30 días faltaba un mes!!!». Son caprichos del calendario y del afán por cumplir un compromiso que, en este caso, se adquiere con la inscripción a una prueba determinada.

Cuando mandas el formulario estás que te sales. Ganas de preparar la carrera, motivación por las nubes, desafío… todas esas movidas que nos se nos pasan por la cabeza y que llegan incluso a ensombrecer lo que realmente importa de esta adicción: correr por correr. A mi estas historietas me resbalan cada vez más… ¡¡¡que soy popular sin aspiraciones, copón!!!. Prefiero ir, disfrutar y quedarme con la sensación de haber hecho algo que, sobre todo, me gusta.

En principio, viendo la inminente llegada de la Long Trail -versión intermedia de la Ultra Trail Guara Somontano- era esa la intención. Pero las cosas no siempre se salen según lo previsto.

Alquezar, principio y final de la UTGS

Tenía muchas ganas de ir a Alquézar y cubrir los 50kms y los 2.400mts+ de desnivel. Al principio, en julio, empecé entrenando a conciencia, dándole fuerte, pero un mes más tarde la frecuencia y la calidad fue mermando. En septiembre por ejemplo corrí 60kms en todo el mes. Tendría que haber hecho esa distancia semanalmente pero que si quieres arroz Catalina. Y no me excuso ¿eh?, que de nada sirve el típico pretexto de «voy jodido, no he entrenado lo suficiente, ya verás». Era consciente de cómo llegaba a la línea de salida.

Estaba convencido de que el cuerpo no rularía y que por tanto debía ser la cabeza la que mandase en la maquinaria. Y así fue. Suena el pistoletazo, con una emoción altísima, y una hora más tarde, nada más pasar Asque, las piernas empiezan a dar guerra. ¡¡¡Me cagüen el esqueleto humano, qué pronto entran las molestias!!!.

No pasa nada chaval. Sigue, no pienses, corre y hazlo sin dosificarte. Es muy poco probable que termines así que si te rompes que sea lo más próximo a la meta. Claro, muy bien, lo que pasa es que restaban más de 40 kilómetros para ese instante.

Bajada rápida al puente de Villacantal

Bajada rápida al puente de Villacantal

Por la cabeza un único pensamiento: continúa, no pares y si te ves mal te jodes y aguantas. Así fue durante toda la prueba. Lo que sí hice bien fue cumplir a rajatabla los consejos que me dieron -uno del que ya os he hablado alguna vez con el que comparto apellido- sobre alimentación e hidratación. Comer mucho y beber más. Se sufría, ya lo creo, pero los kilómetros seguían pasando.

El gran José Fabana. Segunda vez que coincido con él por estas tierras

El gran José Fabana. Segunda vez que coincido con él por estas tierras

A todo esto, salvo los 20´ que coincidí con José, el titán de Lupiñén, fui sólo durante todo el recorrido. Subida a Basacol, infierno hasta el Mesón de Sevil -ojito el bucle que tuvimos que hacer, con un soporífero y largo repecho-, la Viña, Radiquero y, por fin, Alquézar. A las dos horas corría bien poco en las bajadas y muy poco en los tramos llanos. Sin embargo, en las cuestas me venía arriba. Extendía los bastones, chutes de cafeína a saco y cadencia, cadencia.

Llega un momento en el que miras el reloj y ves que ha pasado el tiempo volando. «Hostias, llevo seis horas ya… si le meto candela igual bajo el tiempo que tenía en mente». He de decir que mis mejores previsiones oscilaban entre las ocho horas y media y las nueve.

En ese momento piensas «de perdidos al río, no bajes la marcha y a lo que estamos escopeta». Algo de música para airear el cansancio, miradas continuas al reloj para empezar a restar distancia e intentar mantener el ritmo, agua sin cesar, garrampazos en forma de geles -no sé qué demonios le meten a eso pero te espabila al instante- y mucha cabeza para olvidar lo mucho que dolía ya el cuerpo. Muchísimo. Había que hacer lo que fuese para no parar.

Las incesantes blasfemias denotaban la pésima situación del cuerpo. Pero cada vez estaba más cerca. Por un instante vi que era posible rascar las ocho horas. Y ya estaba en Radiquero. Solamente quedaba la última putada… llegar a meta.

Pensaba que ya estaba muerto...

Pensaba que ya estaba muerto…

Tras 07h51min entré en Alquézar, con unos dolores terribles, con la convicción de no haberme guardado nada, con una sensación interior que, de nuevo, hizo que rompiese a llorar -creo que perdí más sales por lágrimas que por sudor durante todo el recorrido-. Ese es uno de los puntos fuertes que tienen estas pruebas montañeras, que te sacan la emoción sin previo aviso.

En la línea de meta estaban los cuatro fenómenos que organizan esta prueba. Santi Santamaría, Kike Borrás, Javier Subías y Pau Jordan -todos con nombres y apellidos- me recibieron como si fueran parientes míos, como si fuese el único participante en la carrera. Me hicieron sentir bien. Como además este año no me había perdido no faltaron las risas.

También estaba mi cuñati que había hecho la versión trail -era su primera vez y lo hizo de maravilla- y otros amigos con los que fui coincidiendo mientras agonizaba -cervezas y pitillos mediante, of course-.

El resultado es que durante el recorrido no disfruté nada. Solamente sufrí. La principal conclusión es que todo, absolutamente todo, está en la cabeza. No hay imposibles sino serenidad y ganas de hacerlo bien. Para mí, por motivos que exceden a la propia carrera, la Long Trail de la UTGS ha sido la mejor experiencia runnera que he tenido jamás. Y no exagero.

Sobra decir que la organización es impecable, que los voluntarios parecen haber pasado un exigente casting porque son amabilísimos sin excepción, que el entorno es precioso y que el sacrificio merece la pena. Sin duda, hasta que empiece a fallarme la memoria, recordaré ese día como uno de los más duros, placenteros e intensos de mi vida.

Al año que viene volveré, seguro, pero igual como voluntario. Si tengo que subir el listón y hacer la ultra de 102kms necesitaría volver a nacer y prepararme a conciencia durante más de una vida. Puesto que eso está reservado solamente para los extraterrestres es difícil que a estas alturas cambie de planeta.

De vuelta a la vida

De vuelta a la vida