Como dice mi amigo Iván, “llevo el cuerpo que si tuviese que donarlo ahora a la ciencia, lo utilizarían para calzar mesas”. Jodo. El mío, hasta hace un par de días, estaba resentido del palizón que supuso hacer el Trail Valle de Tena.
Suponía que iba a ser una carrera dura. Lo fue.
Sabía que marcharía por rincones alucinantes. Marchó. Intuía que sería muy emocionante y ahí es donde me quedé corto. Hasta la fecha ha sido la prueba que más me ha conmovido por el esfuerzo que me exigió, por la vinculación emocional que tengo con esas montañas y por la compañía esperada e inesperada. No era un simple trail, como tampoco transcurrió por un valle cualquiera.
Servidor, que prefiere la emoción a las reglas correctas –esta frase es de Juan Gris-, ha escogido el trail running porque a veces, como el pasado 29 de agosto, puedes llegar a sentirte vencido e invencible al mismo tiempo. Este deporte, aun en mi modesto nivel de mediocre popular, permite experimentar una serie de vivencias que de intensas que son se convierten en imborrables. Las últimas tuvieron lugar allí, en el Trail Valle de Tena.
TVT 47kms y 3.300 MD+
Después de alojarnos en el hotel, recoger el dorsal y colocarnos la calca en el antebrazo nos fuimos a cervecear un ratico. En la zona de salida/meta había un ambientazo cojonudo y, poco a poco, fuimos topándonos con un montón de amigos y demás gente de bien.
La cena fue súper amena porque en la misma mesa coincidimos Miguel Ángel, con quien iba a correr “la corta” –manda cojones llamar corta a una distancia de 47kms y 3.300 mts positivos-, Pablo, que se decantó por la larga –esa sí que está bien denominada- y su santa esposa Piluca. Risas nerviosas, nervios entre risas, previsiones y a dormir, que había que madrugar… mucho.
A las 05h, antes de desayunar, fuimos a despedir a Pablo, que iniciaba su particular lucha contra los 78kms y 6.700mts positivos de “la larga”. Horas más tarde nos enteramos con rabia de su retirada por un problema en la pierna –tenéis su crónica en http://www.unoquecorre.com-.
Hora y media más tarde Miguel Ángel y yo cogimos el autobús que nos iba a dejar en el Balneario de Panticosa. Ahí empezaba la nuestra. Cafés, pises, nervios y nuevamente caras conocidas que se agolpaban en la línea de salida. Mar y Pablo querían llevar su ritmo así que fue verlos y despedirlos inmediatamente. También había venido Daniel, compi de mis dos Jorgeadas, pero nos descolgamos de él en las primeras rampas. Es un tipo formidable.
Subimos como un tiro a Bachimaña, continuamos hasta los Ibones Azules a buen ritmo, iniciamos la subida hacia el collado de Tebarray y, héte aquí, aparece mi hermano para darme un abrazo que casi me tira. Cuánto quiero a este ser, copón!!!. Anduvimos un rato con él, que se marchó a la cima del Tebarray, y Miguel Ángel y yo pusimos la directa hacia el refugio de Respumoso (km 15). La verdad es que hasta ese avituallamiento las sensaciones eran inmejorables. Y el tiempo (3h35min) mejor de lo previsto.
Tocaba afrontar la subida al Collado de Musales y llevábamos un ritmo de puta madre. Madre qué bien. Hasta arriba sin reblar, tocar chufa y a bajar 1.300 metros de desnivel hasta La Sarra… el siguiente objetivo. El final de aquel descenso me pasó factura. Además se me rompió un bastón. Llegué al avituallamiento (km 25) con las rodillas bastante tocadas pero comí bien, bebí mucho, fui a que me echaran reflex, charramos con los Andarines de Aragón y continuamos.
La subida al Collado de la Foratata fue desastrosa. Miguel Ángel y yo nos cruzamos con varios corredores que se daban la vuelta.
Unos por molestias, otros por desgaste y otros por verse impotentes frente a lo que quedaba todavía por delante. Eran auténticos titanes. Y pensaba “si estos tipos abandonan, dónde vas tú, Navascués”. Mi compi y amigo no dejó de animarme en los momentos más bajos e hizo que todo pensamiento de retirada se esfumase inmediatamente.
No hice corto de líquidos, subí a duras penas y los repechos me provocaban un sofoco como ninguno en mi vida. Miguel Ángel iba más fuerte y, aunque con cierta distancia, no se marchaba. Seguía animándome… “no pares, no pares”. Durante el descenso a Sallent nos adelantaron los tres primeros de la distancia larga… jodo cómo iba esa gente. Ya por fin llegamos al último avituallamiento. Era el kilómetro 38 y llevábamos 09h38min de carrera.
Arroz, no sé cuántos litros de líquido, fruta y a por el último sector. Ahí estaba a lo walking dead. Tocaba subir hasta las antenas y en las primeras lazadas Miguel Ángel, con buen criterio, se marchó. Se había dosificado mejor y está mucho más fuerte. Así que sólo, reventado y con un bastón continué dando pasos. Hasta que se presentó Carlos.
Alegría y euforia pero igual de jodido, porque no podía correr y andar, por momentos, era un auténtico calvario. Último punto de control, buena pista, senda por un bosque de cuento y, segunda aparición en carrera: el amigo Juan Luis también quería sumarse a los últimos kilómetros. Mientras les daba las gracias a ambos por escoltarme experimenté momentos súper contradictorios. A ratos lloraba, otros sonreía; a veces hablaba, a veces no; picos de euforia y seguidamente bajones terribles. “¿Dónde están las putas casas del pueblo, Carlos?”. Al final, ni composturas, ni educación, ni hostias. Quería llegar.
Habían transcurrido 12 horas y 46 minutos desde que salimos del balneario. Después de un parpadeo difuminado estaba cruzando uno de los arcos de meta más emotivos de mi vida. Pensaba que estaba muerto… pero no. Satisfecho, orgulloso, perfectamente acompañado, con ganas de vacilar incluso al speaker, recibiendo mensajes de familia y amigos, con las piernas rotas y con lágrimas de emoción… eso es lo que os decía antes: eso es sentirte vencido e invencible al mismo tiempo.
P.D.- las imágenes son y fueron tomadas por Jorge García- Dihinx, de lameteoqueviene