UTGS según Evasión TV
No es correr. Son las personas
Tendría que ser esta una crónica al uso, que narrase el transcurso de una prueba tremendamente dura -y apasionante a la vez-. Pero la experiencia que ha supuesto la Ultra Trail Guara Somontano no tiene nada que ver con recorrer una burrada de kilómetros o salvar no sé cuántos mil metros de desnivel. Por cierto, ¿por qué siempre nos fijamos en el positivo cuando el negativo, a según qué horas, duele más que cualquier cuesta?. Ahí lo dejo.
Decía que esta crónica podría hablar del ritmo de los diversos tramos, de cómo iban transcurriendo los kilómetros, de paisajes, de avituallamientos, de sensaciones… pero no. Para mí esta retahíla de información no es lo más importante. Porque no se trata de correr. Son las personas.
Lloré mucho, me emocioné como nunca, tuve que apretar los dientes para no tirar la toalla, pensé en aquel momento en el que decidí hacer una burrada de estas características, pude compartir momentos imborrables con gente, con mucha gente… en 23 horas puede suceder de todo. Hasta tuve alucinaciones por la noche. Manda cojones que veía tortugas y gaticos por el camino… ¿será posible?.
Por lo que merece la pena hacer algo como esta carrera es por quien está y permanece a tu lado en esos instantes. En los buenos y sobre todo en los malos. Amigos que conocía y pude saludar, otros, incluidos familiares, que se presentaron sin avisar –poco puedo decir al respecto porque tendrán presencia notable en el documental que ya está en máquinas-, gente que conoces en el primer tercio de la carrera y te llevan a la meta sacrificando su tiempo y esfuerzo por ayudar al compañero más débil –en este caso yo-, organizadores que te reciben como si fueras el único corredor inscrito, personas con las que entablas conversación sin conocer de nada, gente que te aplaude aunque prácticamente vayas cerrando el grupo…
La emoción y el llanto surgían sin avisar. Como el dolor. La duda de abandonar o seguir también se presentaba inesperadamente. Como las ganas de continuar hacia delante. La ilusión se interrumpía. Como la desesperación. Son muchos sentimientos enfrentados que sólo tienen algo en común: suceden en movimiento. A veces eufórico, a veces hundido.

Sin Luis Pedro no hubiese terminado. Pudo marcharse porque iba más fino… pero sacrificó su tiempo por mi. Agradecido estaré siempre
Hubo momentos alucinantes –y no lo digo por las tortugas, que también-. Lo fueron por las personas presentes y también por las ausentes. La meta no se movió, menos mal. Cruzarla fue menos sentimental de lo que imaginaba porque sólo quería terminar y poner fin a un calvario que casi me supera.
Sin embargo hoy, días después, me siento orgulloso y agradecido. Nunca me sentí capaz de hacerlo pero me equivoqué -a veces es de puta madre equivocarse-. Ya no hace falta soñar para verse cruzando una meta tan exigente. Basta sólo con recordar lo que sucedió durante aquellas 23h18min02seg.
P.D.- Dentro de unos meses presentaremos el documental, de ahí que la crónica sea tan escueta. Os informaré, prendas.
Necesita mejorar o progresa adecuadamente
Las horas previas a esta carrera (www.utgs.es) están siendo mucho más intensas de lo normal. También transcurren mucho más despacio. Será por aquello de enfrentarse a lo desconocido. Esta sensación de show motion terminará pronto… y mira, se asemeja mucho a mi época de (mal) estudiante.
Me recuerdan a la época de estudiante cuando llegaba el día del examen y te presentabas con unos nervios tan ilógicos como incontrolables. Di que en mi caso tampoco era tal la alteración porque estudiar, lo que se dice estudiar, como que entre poco y lo justo.
La noche de antes le dabas un repaso al temario, hacías quinielas con “esto no entra y esto fijo que tampoco” y, a la mañana siguiente, te sentabas en clase con pocas garantías de aprobar. Lo único es que, a veces, sonaba la flauta y rascabas un más que digno y meritorio suficiente. A mi madre no le cuadraba que le dijese que la palabra estudiante, fragmentada, cobraba un significado evidente: “estudia-día-antes”. Y el día que aprobaba –de ciento a viento- se montaba la juerga padre. Qué alegría se llevaba…
Para el examen de mañana voy justo –aunque mi madre no sabe lo difícil que será regresar a casa con un aprobado-. La lección práctica no la llevo al dedillo aunque confío mucho, quizá demasiado, en la teórica.
Este mes de septiembre –y otros estivales- he corrido poquito, con semanas de ni siquiera llegar a unos miserables 30 kilómetros. Pero no es excusa. La teórica, por el contrario, la cabeza, creo que va preparada para hacer el examen más duro y puntuable de mi vida.
Ahora, antes de salir hacia Alquézar, la mezcla de nervios con calma es elegante. Jodo. Lo mismo que los raticos en los que el miedo le cede terreno a la confianza. Menuda coctelera previa. ¡¡¡Así no hay quien se concentre, copón!!!. Ya solo quiero que pase el día del examen… ni concentración, ni serenidad, ni po**as en vin**re. Por primera vez en mi vida me presento a una prueba con ganas de que acabe. Cosa extraña, oyes. Otras veces voy con ganas de disfrutar, de desfondarme, de compartir zancadas con buena gente, de ir al trantrán… a la Ultra Trail Guara Somontano voy con ganas de que termine.
Hay gente que me dice que mucho ánimo, que todo saldrá bien, que no te preocupes, que patatín, que patatán. Y lo agradezco, ¿eh?, montón. Pero hostia, es que no he estudiado lo suficiente. Si caen las cinco preguntas que me sé de puta madre porque apruebo. Pero como el profesor vaya en plan cretino será prácticamente imposible. Las previsiones climatológicas anuncian lluvias; el terreno, en tramos, estará por tanto resbaladizo; los tropiezos, resbalones, caídas, hostiones se presentarán sin avisar; igual que las molestias y dolores varios… yo qué sé, que el temario es demasiado amplio y puede suceder de todo.
Llevaré, por si acaso, una chuleta bien grande, la que me ayude a reconvertir la preocupación negativa en pensamiento positivo para obtener respuestas acertadas a preguntas enrevesadas. Que la cabeza pase del “necesita mejorar” al “progresa adecuadamente”. Ya veremos.
Maratón especial…
El pasado domingo, con el beneplácito de sus organizadores, estuve de speaker en el IX Maratón Ciudad de Zaragoza. Y qué queréis que os diga… pues, como primera conclusión, que es un orgullo formar parte de esta prueba de referencia y, sobre todo, que una carrera también se disfruta -y mucho- desde fuera.
No hace falta calzarse las zapatillas y salir chuflando a devorar kilómetros. Tras las vallas se ve mejor –como las retransmisiones de las motos- y se sienten muy de cerca las emociones de los que, no sin esfuerzo, cruzan la meta.
El pasado domingo 27 de septiembre volví a revivir aquellas experiencias que transcurrieron durante el Gran Trail Trangoworld Aneto- Posets, en julio, cuando cogí un micro durante 10 horas para tratar de contagiar efusividad y rendir pleitesía a los que corrían y acompañaban.
En el caso de los 42kms zaragozanos dar la salida tanto a los maratonianos, como a los participantes en el 10k paralelo es una auténtica pasada. Aunque más que despedir, lo realmente emocionante es recibir a los miles de corredores que se han dejado las suelas en el asfalto de la ciudad.
Imágenes cargadas de emotividad, caras de esfuerzo y alegría incontenibles, ánimos desgarrados en los últimos metros, calma para los amigos y familiares que esperan a los suyos con tanta ansia como la de una sala de parto, felicitaciones a diestro y siniestro… lo que sucede en una meta de maratón es algo indescriptible. Tendríais que haber visto a los 1.300 –y a los 2.400 de la 10k- que cruzaron el arco y pisaron la alfombra que detenía el crono oficial. Sobraban las palabras.
Palabras, precisamente palabras, eran las que debía soltar para cumplir con el cometido así que, carrete de seis horas y media, y momentos de mucha, muchísima, emoción.
Coincidieron much@s amig@s y, lógicamente, empatizas mucho más porque sabes la tralla que han llevado no sólo en carrera, sino en los meses de preparación. Lástima no haber sido Boomer para estirar los brazos y chocar palmas a todo cristo. Lo hubiera hecho, sin dudarlo, con los que tienen la santa costumbre de correr, correr mucho y, además, en casa sobre la mítica distancia atlética.
P.D.-Vídeo resumen del día aquí https://www.youtube.com/watch?v=hSn_6dfL1e0
La primera etiqueta en movimiento
Como reza el dicho “unos nacen con estrella y otros nacen estrellados”, aunque en este caso no es del todo nacer, sino renacer y reverdecerse. Aquí hay estrella y con menuda estela, además.
Bodegas Jaime, en Morata de Jalón, especializada en graneles, se fundó en el año catapún pero eso no es lo relevante –aunque si meritorio-. Lo realmente destacable es que la gente que está al frente en la actualidad le ha dado un giro absoluto a su producto estrella: el vermut Turmeon.
El contenido en sí está muy rico, bien de botánicos, pero lo que deja sin habla es el continente, la botella. Con mucha creatividad e ingenio han lanzado, atención, la primera etiqueta en movimiento del mundo. Y si no me creéis pinchad en este enlace y fliparéis en colores: https://www.youtube.com/watch?v=vPywEakkDRA.
Cuando continuamos con el debate de acercar el vino al público joven, de simplificar el mensaje e ir decididamente a por él, resulta que van estos muchachos, dentro del pretendido target, y rizan el rizo con una presentación simplemente asombrosa. Pero es que, encima, no se conforman con ello. Apoyan además la idea con un proyecto paralelo en el que cada cual puede personalizar botellas con diseños de lo más contemporáneo para regalar. En http://www.enodisenos.com tenéis la carta de presentación. Al loro.
A mí personalmente me han gustado ambas ideas, tanto en vestidura como en practicidad. Y me encanta además que haya salido de una chistera aragonesa. Habemus frescura y cabezas pensantes que piensan para gente semejante, es decir, jóvenes que quieren iniciarse pero no encuentran argumentos lo suficientemente atractivos como para hacerlo. Desde mi punto de vista éstos lo son así que, veinteañeros, hacedle un hueco al vino e id abriendo boca. Que otros lo hicimos y somos felices. ¡¡¡Copón!!!.
El gusto fue Mía
Que no soy muy de contar estas cosas, oye. Que puede parecer algo pretencioso pero válgame el cielo que no es el caso -el pavoneo no va conmigo-. Que escribir sobre saraos no es santo de mi devoción –cosa que no sucede con las carreras- aunque siempre hay excepciones. La última el pasado día 24 de septiembre en la Terraza Libertad 6.8 de Zaragoza, en el centro de la city.
Debía ejercer de conductor en la presentación a dos bandas de Guian Catering y Mía by Freixenet… y allí estuve. La intención era conjugar burbujeantes sorbos con pequeños bocados y, además, hacerlo de manera distinta. Los vinos de la bodega que capitanea Gloria Collel (www.miawines.com), enóloga ella, son, desde mi modesto punto de vista, diferentes. Espumosos similares a los Asti italianos, frescos, con más azúcar del que me gusta pero, sobre todo, vinos que encajan perfectamente a la hora de enganchar a nuevos y jóvenes adeptos. Este tipo de vinos, vestidos con desenfado y acertada elegancia, son los adecuados para que la gente que no bebe, beba. Para iniciarse en este mundillo, vaya.
La puesta de largo tenía que estar acorde con el diferencial de los moscatos de Mía. Por eso intervino la perfumista y coach sensorial, la joven Isabel Guerrero (www.isabelguerrero.es). Ella era la encargada de recrear el aroma del vino en dos mouillettes –esos papelitos secantes impregnados que te dan en perfumerías y grandes almacenes-. Explicó cómo había recreado la nariz del vino y qué matices dominaban. Luego intervino Gloria y pudimos comprobar como el anuncio en tarjetitas de cartón era idéntico al estado líquido y burbujeante. Repetimos el modus operandi con el Pink Moscato y, después, con el Moscato. Finalmente intervino Guillermo, como anfitrión, y empezaron a desfilar los platillos más destacados de la cocina de Guian.
Fue una velada amena, distinta y con chispa… como los vinos que se presentaron. Gente guapa de la capi, caras conocidas, muchos amigos y noche de estrellas. Eso sí, hubo que retirarse rápidamente porque la alarma del móvil me miraba de reojo. Había que correr al día siguiente porque la Ultra Trail Guara Somontano está a la vuelta de la esquina. De hecho, dentro de una semana, a estas horas, estaremos subiendo ya hacia Alquézar con más miedo que otra cosa. Mira, igual me quito ese pánico con el Moscato, aunque no creo que sea buena idea. Mejor guardo la botella para despilfarrarla en la meta como si fuese un piloto de F1. Aunque lógicamente, para eso, hay que llegar.
Burbujas por partida doble
Aquí van los resúmenes de dos saraos frescos y sabrosos en los que no hubo running, pero sí wine. Y del superior, porque el denominador común tenía que ver con burbujas en general y con las del Grupo Freixenet en particular. No suelo hablar de eventos y festivales gastronómicos pero siempre hay excepciones y, por supuesto, una primera vez.
El primero de ellos tuvo como escenario El Molino de Berola, un restaurante situado junto al cisterciense Monasterio de Veruela, prácticamente dentro del Parque Natural del Moncayo. Por cierto runners, la de sendas que tenéis ahí para corretear.
La intención era maridar cinco cavas con otros tantos platos. Y sin miedo a ser apedreado o transcribo, literalmente, esos matrimonios: Freixenet Cuvee DS (tostada con tomate y salmuera), Segura Viudas Brut Vintage (salteado de setas del Moncayo con foie y trufa), Segura Viudas Rosado (merluza de anzuelo al estilo Orio), Segura Viudas Torre Galimany (lechal de los pastos del Moncayo al horno en su mismo jugo) y Freixenet Malvasía (Guianduja de Chocolates). ¿Buena pinta, eh?. Pues me reservo el resultado de esa sabia y meditada combinación marital porque entonces la lapidación estaría garantizada.
De la provincia de Zaragoza a la de Huesca días más tarde, al nuevo espacio Sotón Gastro, de La Venta del Sotón, en Esquedas. Allí, de nuevo las burbujas del grupo, auspiciaban un ameno showcooking&drinks cuyos fuegos estuvieron comandados en directo por el rejuvenecido equipo de cocina -Eduardo Salanova, Ismael Cano y María Baixaul, todos procedentes antes de aterrizar en Huesca en Aponiente, Echaurren y Quique Dacosta respectivamente-.
La verdad que fue muy ameno. Charrando con el personal, saludando a la anfitriona Ana Acín, a Jorge de Gispert, de Freixenet, a las gentes de ARAME, CEOS, CREA y representantes de otras siglas. Ambientazo y cocina de altísimo nivel con compañía espumosa de idéntica condición.
Y entre ceviches de atún rojo, crujientes de morcilla, arroz de pato, unas croquetas que estaban exquisitas, rabitos de cordero y cheescake pasamos una velada en la que no faltó el francés del grupo Freixenet, el caballero serio y elegante de nombre Henrí Abelé –cómo está ese champán-, así como las versiones Pinot Noir y el Gran Cuvée de Elyssia.
A la mañana siguiente, eso sí, tuve que calzarme las zapatillas rápidamente no para paliar excesos, que no los hubo, sino para meterle algún kilómetro a las piernas de cara a la… uf… Ultra Trail Guara Somontano. Quedan 17 días, por cierto.
¿Os cuento un secreto?
Ya os lo he dicho por activa y por pasiva en este blog, contando incluso los días que restan para que intente completar la distancia y el desnivel de la Ultra Trail Guara Somontano. Hoy quedan 25, por cierto… unas 1.500 horas más o menos.
Es mi primera vez, eso ya lo sabéis. Pero hay algo que os quería contar. Por eso estoy aquí. No tiene que ver con andar más deprisa, correr más despacio, sufrir menos o disfrutar nada. A la UTGS no sólo iré a correr. De hecho no iré sólo.
Estamos trabajando en un documental que recoja cómo se prepara, afronta y resuelve una prueba de ultradistancia. Pero no a lo Kilian Jornet, sino a través de la experiencia y la emoción de un popular que, sin cumplir los estereotipos de corredor, sueña simplemente con acabar. Ese popular es el que os escribe, el Mariano, un tipo muy ilusionado por formar parte de este proyecto y, sobre todo, un tipo muy afortunado por estar dentro de un equipo humano simplemente inmejorable.
Surgió en torno a un café –si hubiese sido vino no os quiero ni contar lo que hubiese surgido de aquella reunión-. Vimos la posibilidad de hacer un docu que huyese del perfil profesional. Sino de qué iba a estar yo ahí. Como guionista a lo mejor, pero como hilo argumental tururú. Queríamos empatizar con el corredor de montaña popular y por eso empezamos a trabajar.
La organización de la carrera se está portando con nosotros mejor de lo que podíamos imaginar. Todo son facilidades o, como dice Pau, todos sumamos. Hasta nos han echado la caña un par de empresas y grupos que quieren enrolarse en esta aventura; una aventura que verá la luz en diciembre de 2015. Lo primero es trabajar en el antes, recoger las vivencias del durante y dejarlo bonito después. Al fin y al cabo, en los festivales internacionales de cine de montaña no toleran la mediocridad. Y nosotros tampoco.
#yasuscontaré
¿Cómo pido vino en el restaurante?
Menudo dilema, ¿eh?. Para los amantes del vino esta interrogante no supone ningún aprieto porque saben lo que quieren y tienen nociones suficientes como para tener claro cómo proceder y, sobre todo, cómo acertar. Pero claro, para el resto de los mortales, que están más desligados, elegir un vino puede convertirse en un auténtico calvario.
Por lo general suele pedirlo el que mejor conoce este mundillo. Si en la mesa hay “uno que entiende” el resto de comensales le encomendará elegir el vino. Pero claro, si el enterado de turno solo se rige por sus gustos no será una elección del todo acertada. Porque, ¿qué pasa con los platos que tomarán los compañeros de mesa?, ¿maridarán igual?, ¿qué precio estará dispuesto a pagar el grupo?. Todas estas cuestiones se solventan hablándolo abiertamente. Y cuando todas las cartas estén sobre la mesa, entonces sí, el que vaya a pedir podrá escoger lo que más le interese/convenga/apetezca a la mesa. Eso sí, ojo con el “entendido” porque si es el listillo de turno la crónica del batacazo estará garantizada.
Como las prisas son malas consejeras -también a la hora de visitar un restaurante- hay que tomarse tiempo para atinar con la elección. Ojear, desechar, reducir el número de opciones, tener en cuenta la billetera grupal y otros aspectos seguro que requieren de tiempo e incluso debate. En cartas reducidas ese proceso es más simple y, por lo tanto, más breve. Pero ¿y si tiene tropecientas mil referencias?… ¿cómo lo hacemos?. Chino chano y paciencia hasta dar en el clavo.
Si a pesar de deliberar un buen rato continúan las dudas, e incluso si no, es mejor pedir ayuda. ¿A quién?. Pues al mejor aliado que podemos encontrar en un restaurante: tachaaaaannn… el sumiller. Le contáis cuáles son vuestros gustos, qué platos vais a tomar y, de paso, le marcáis un precio máximo por botella para que no lo rebase y os llevéis el susto de vuestra vida cuando llegue la dolorosa. Nada de divagaciones ni de preocupaciones. Confiad en él y os propondrá la mejor opción. Siempre.
Cuando estés con el sumiller ni se te ocurra ir de espabilao. Humildad ante todo. En determinadas ocasiones se suelen escuchar conversaciones que sonrojan a las mesas contiguas. Pregunta con el fin de recibir ayuda, no para demostrar que sabes latín porque saldrás perdiendo. Así que al abuelo no le vayas con pistolicas de agua porque, por mucha paciencia que tenga, quedarás siempre humillantemente derrotado.
Otro aspecto: hay que fijarse en las añadas cuando traigan la botella. Sobre todo con los vinos jóvenes y en determinados restaurantes de medio pelo suelen quedar restos de las que deberían estar fuera de curso. Si pedís un rosado y os la pretenden colar con un 2008, por ejemplo, no seáis tolerantes. Que no os de reparo quejaros, que luego no vale lamentarse. Y sobra decir que empezaremos la sesión con los más jóvenes para ir aumentando edad paulatinamente.
Desde mi modesta opinión, en la elección de un vino, ya sea en restaurante, tienda u plataforma on-line, siempre hay un desafiante riesgo. Si eres fiel a los vinos que conoces pocas sorpresas te llevarás. Quiero decir, que si no sales del sota- caballo- rey irás a tiro hecho pero seguirás bebiendo lo mismo. Personalmente prefiero ampliar puntos de mira, ir a por zonas menos conocidas, a por vinos que marcan tendencia, a por rarezas accesibles. Quizá será más arriesgado, pero ganas en conocimiento y pruebas desconocidos que dejan de ser extraños. Además es más divertido, qué joder.
Cuando en la carta veas referencias a precios desorbitados actúa según dicte tu tarjeta. Yo no suelo tenerlas en cuenta porque nunca podré descorcharlas. Son marcas que alguien pedirá –la rotación es mínima- pero que están ahí no para vender, sino para prestigiar a la propia carta. Y por ende al restaurante.
Por último, tras haber pedido el vino olvida los complejos. La botella es tuya y puesto que forma parte de tu patrimonio llévatela a casa si ha sobrado algo. Esto no lo he hecho nunca porque jamás se ha quedado medio vacía. Los 75cl. no salen del restaurante pero pídele al equipo de sala que te la prepare para que salga contigo del brazo. En otros lugares del planeta es muy habitual… ¿por qué no aquí?.
En cualquier caso, que a nadie le intimide pedir el vino como dios manda en un restaurante. Es el mejor aliado de que dispone el ser humano para orquestar u escoltar una comida. Así que menos miedos y más pragmatismo. El único que sale beneficiado es uno mismo.